domingo, 23 de febrero de 2014

LA GENERACIÓN PERDIDA.

Lo tenéis difícil. La generación perdida. Los “sans-culotte” del siglo XXI. Pelos de colores y pantalones rotos. Valores perdidos, y otros encontrados. Puertas rotas e intentos fallidos de arreglarlas.


Todo eso somos nosotros, la generación de los que tenemos la calle como segunda casa, y los aviones como tercera. Nosotros, los que hacemos que nuestros padres digan “¡Si mi abuelo te viera!”
Los que no esperamos, pero si hacemos desesperar a los demás.


Que si somos unos raros, unos incomprendidos, somos tal y somos cual. Todo eso son banalidades, hipocresías, falacias varias de gente que no encuentra lugar en nuestro mundo, un mundo regido únicamente por impulsos y valores aprendidos en las clases de filosofía.


No tenemos camino, ni tan siquiera señales que seguir, al contrario que nuestros padres, que prácticamente llevan preparándose desde que nacen. No seguimos el compás lento y atrasado del vals que bailan nuestros progenitores, y los progenitores de estos. No vivimos el presente, no nos planteamos la vida como una costumbre amable, o una cosa mínimamente escrita. Nuestros libros están en blanco, nuestras mentes abiertas, y los ojos bien abiertos.


Alocados, irresponsables, excéntricos, egocéntricos, narcisistas, consentidos, pasotas, rémoras, idealistas, infelices, dependientes, soñadores, demasiado incluso.
¿Quién no ha escuchado esto alguna vez? Seguro que todos nosotros.


Que sólo nos preocupamos por la fiesta, y por ver quién está más guapo, o guapa, el sábado en la discoteca. Que nunca sentaremos la cabeza, y que somos unos “nómadas de la vida”, que “¡Madre mía si yo le hubiese contestado así!”



Que yo no niego ningún adjetivo anteriormente propuesto, que sí yo también llevo algún que otro pantalón roto y quiero las cosas “ya”. Que no tengo claro mi futuro, tampoco me importa. No seguimos bailes estúpidos impuestos por personas decadentes en valores, o en moral, personas que aún creen que los pantalones son exclusivos de un sexo, o que afirman la existencia de razas.


Nosotros, los perdidos, los que no asentamos la cabeza, los egocéntricos, todos esos somos los que tenemos el futuro en nuestras manos. Nosotros moldearemos las generaciones futuras, cambiaremos el punto de vista de todo el mundo, iniciaremos revoluciones y cerraremos capítulos en la historia que ya deberían estar cerrados hoy en día.


Nosotros somos los que hemos levantado Kiev de su inminente retroceso hasta 1941, y le hemos dado puerta a un merecido siglo XXI. Los que han llevado a su país al futuro que se merecen. Los que han vivido en la calle, los locos que han tenido sueños, han levantado sus voces, todas al mismo son, un son con unas ganas insaciables de libertad.


Los que hemos renegado de nuestros sillones cómodos y calientes por salir a la calle en pleno invierno, a que se oyesen nuestras voces, nosotros que somos unos dependientes.



Los que liberaremos a Venezuela de su yugo “socialista” y la hipocresía de su gobernante, nosotros que no sentamos la cabeza. Porque sabemos que si la sentamos nos la cortan, y preferimos salir a la calle y parecer perros que quedarnos en casa y parecer orangutanes con esparadrapo en la boca.
Los que vivimos en un presente, tan frío que incluso nos llega a quemar, tan tóxico que intenta pudrirnos por dentro, y nosotros, los perezosos, no nos dejamos.


¿Nuestra bandera? No tenemos. ¿Nuestra raza? No tenemos. ¿Nuestro himno? Nuestra propia voz. La que se oye por todos sitios, la que te susurra al oído cuando duermes y te da ánimo cuando luchas, la que entona versos de libertad que hacen caer paredes, murallas, países.


Somos los que demos una vuelta de tuerca al mundo, lo pondremos patas arriba, eliminaremos fronteras, y nuestra voz será escuchada.
Nosotros, que no tenemos futuro… ¡Pues claro que no lo tenemos! No tenemos futuro porque nosotros, y sólo nosotros tenemos la capacidad de crearlo.
Por eso, sal a la calle, que se oiga tu voz, porque tú, joven sin visión y perdido de la vida, tú también tienes voz.



Atte: 
Un bigote pensante

miércoles, 5 de febrero de 2014

DE MUÑECAS DE TRAPO A SER UNA CIFRA MÁS.


Juguetes, muñecas de trapo en manos de monstruos inseguros, la lacra del mundo que ahora aparece a la luz.

Muertas en manos del amor, o quizás solo cifras. Cada año mueren mujeres a manos de sus parejas, que en la mayoría de los casos, acaban matándose presos de un pánico atroz, ironías de la vida, ellas soportan meses e incluso años, sometidas a normativas estúpidas basadas en celos estúpidos ,ha palizas, cambios de humor… presas de ese pánico, que ha ellos los desborda.

Vidas destrozadas por el “amor” de su vida, y entonces, cuando creen que ya se ha acabado todo y reúnen la fuerza para huir y denunciar, ¿Qué se encuentran esas mártires contemporáneas? , esas mujeres que han sido anuladas no solo como mujer sino como ser humano, las cuales han estado amenazadas durante tiempo y las cuales en muchos casos han estado unidas por hijos los cuales han vivido el infierno de sus madres, dándose cuenta de lo que pasaba sin entenderlo, se encuentran con leyes insuficientes y burocracias absurdas, con la excarcelación de violadores y con penas mínimas, con recortes que afectan asociaciones que tanto bien hacen.

Y, yo digo, para qué sirven los números de teléfonos de emergencias y todas esas campañas, si se recortan en los refugios que son todas estas asociaciones, de que sirve si hasta que salga el juicio ese tío va a estar en la calle de al lado y ellas no pueden defenderse, y entonces ocurre la tragedia, una foto como primera imagen de un  noticiario y la tan ensayada frase “ terrible acontecimiento ha sucedido esta madrugada en un domicilio de…” y una cifra y familias destrozadas, las banderas a media asta y entonces sí, el sujeto en la cárcel. ¿y ahora para qué? A él le queda por delante una pena que se reducirá por buen comportamiento, a ella el olvido de la sociedad y lo que es más injusto el de las leyes, y todo el sufrimiento, solo, para ser una simple cifra más.